domingo, 14 de marzo de 2010

Tres de Marzo

7.17 AM.

El mundo se ha levantado revuelto. Los garajes se abren de nuevo. Los pájaros decidieron quedarse en el nido ésta mañana. Truena pero no llueve. La tormenta se acerca.

7.23 AM.

Me gusta lo que veo por la ventana. Parece que hoy el mundo decidió no ser el de siempre, no dejar que especulemos con él. Siento que hoy no puedo convencerme de que todo acabará bien. El azar ha vuelto a mi vida, o al menos a mi conciencia.

7.30 AM.

El aire gélido e indomable levanta todo elemento frágil y leve que encuentra a su paso. Desde la ventana observo las bolsas de plástico danzar mejor que nunca al son del inconfundible preámbulo de la tempestad.

7.34 AM.

Empieza a llover. El mundo se ahoga. El amor está mal repartido. Las piedras están demasiado solas, hay que empezar a hablar con ellas y preguntarles cómo se ve el fin del mundo desde ahí abajo, cómo dejan que las pisen continuamente sin perder su color y benevolencia.

7.40 AM.

Sigo cavilando sobre lo mismo. Es asombroso. No son como nosotros. Ellas se mojan y cambian de color, desprenden todo su potencial al mundo. Conceden un techo a una parcela de suelo, protegen nuestra tierra. Es angustiante pensar en su amor. ¿Cómo se aman dos piedras?
Tal vez son capaces de concebir un amor superior al nuestro. Es posible que no necesiten abrazarse para sentirse unidas. Sólo tal vez, alcancen la simbiosis total entre ellas y su entorno aún careciendo de corazón y cerebro, quién sabe… No las subestimemos. Reconozco que es difícil no menospreciar algo que se pisotea día tras día. Algo que por más que arrojes con fuerza al cielo no vuela nunca, pero ellas están a gusto ahí: en los caminos, los desiertos;
respirando bajo el mar y ahogándose en las ciudades.

7.52 AM.

La lluvia ha cesado. Los desperfectos son cuantiosos. Creo haber presenciado el momento más importante en la historia de la humanidad. Hoy Dios no ha decidido. El mundo ha terminado.
Ha comenzado un nuevo día.

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