miércoles, 30 de septiembre de 2009

Hipótesis

Hipótesis

Cuando aquel cocodrilo salió del agua y sus lagrimales comenzaron a segregar ese liquido cristalino, todos los observadores se apresuraron a formular su hipótesis sobre la situación presentada.

Los racionales que prestaron atención a la escena argumentaron que se trataba de un reflejo biológico, el cual obligaba al cocodrilo a humedecer sus ojos por el simple hecho de abandonar el hogar acuático. Nadie discutió esta versión, aunque ello no supuso que todos la aceptaran.

Los románticos, entre los que es de justicia incluirme, pensamos que el cocodrilo estaba triste, tal vez viéndonos reflejados en el acto de tener que abandonar el nido para obtener pitanza, o en la soledad del animal cuando reptaba elegante por el pantanoso terreno.

Por un momento nos pusimos en su estriada piel y cuando capturó aquella asustadiza presa y sus llantos fueron a más, se nos cortó la respiración y asistimos asombrados a lo que suponíamos un acto de impiadosa lástima.

Lo que tal vez nadie supo fue la epifora que el animal sufría y que hizo de aquellas lágrimas de cocodrilo las menos delicadas, vehementes y sentimentales que jamás manaron por aquel río de lenta corriente.


sábado, 26 de septiembre de 2009

Ella

Cada día cuando llego a mi casa ella me acompaña y me convence de que es mi mejor compañera, su fidelidad es innegable, pero mentiría si dijese que nunca pensé en dejarla, en embarcarme en nuevos retos y relacionarme en otros ambientes. Siempre he procurado llevarme bien conmigo mismo, entendí de chico que esa era la base para ser sociable, pero ella siempre me recuerda la posibilidad de que la sociabilidad no sea garantía de felicidad y me persuade en mi desazón frente a los mundos, es decir, al que a mí me rodea y con el que yo rodeo.

¿Que si la quiero? ¡Claro que la quiero! Porque con ella he pasado más de media vida, y nunca me ha fallado, aunque haya dado portazos en su castillo de marfil profetizando no volver a verla, obviamente en balde, me ha demostrado que no es fácil escapar de sus garras, y la razón no es su persecución enfermiza o su vanidad amorosa, sino llana y sencillamente, mi miedo. Sólo cuando sé y comprendo que realmente estamos solos ella y yo me siento seguro.

Debe ser que llevo dieciocho años durmiendo con ella y otros tantos soñándola.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Sólo de ida por favor...

Cuando quise darme cuenta, ya había escapado del bastión de la indiferencia. Era un día lluvioso y frío. El cielo se teñía gris, y el viento balanceaba las palmeras de los jardines. Avancé corriendo por el largo bulevar del odio y la animadversión, sin querer mirar atrás, temiendo que algo o alguien me persiguiese, notando su presencia, escuchando sus pisadas y oliendo su perfume.

Pronto llegué al final, y pude advertir en lo alto de la colina un refugio. Entré sin cavilaciones. Estaba decorado rústicamente, hacía calor y olía a leña quemada. Allí me encontré decenas de personas que, igual que yo, huían de algo que jamás habían visto. El ambiente era cálido y acogedor, pero daba la sensación de que todos los que coincidíamos en él, jamás tendríamos la oportunidad de conocernos los unos a los otros porque estábamos demasiado ocupados intentando conocernos a nosotros mismos.
En la intranquila calma de aquel silencio, alcé mi voz y propuse - ¿Por qué ser prófugos de algo que nunca hemos visto? ¿Por qué ser tránsfugas del alma y no obedecer los dictados del espíritu? La bohemia que se respira en éste refugio es ilustre, pero, ¿de qué os sirve si no salís ahí fuera a buscar la verdadera inspiración, aquella que sólo se encuentra en la desazón de las heridas y el dolor del abandono?

Antes de poder ver sus caras, ya había cruzado de nuevo la puerta de aquél refugio y me dirigía hacia la tristeza, en busca de la inspiración suprema… Días más tarde, llegué al puerto de la felicidad, desde donde podía observar, allá en el horizonte aquella tierra que tanto ansiaba pisar. A las dos regiones las separaba un inmenso y profundo mar de hipocresía.
Me detuve por un momento, mientras la brisa acariciaba mi cara y observé mi entorno.

Había millones de corazones a mí alrededor. Algunos, mayoritariamente los jóvenes e inocentes, jugaban en los prados de la felicidad, sin preguntarse por qué estaban allí, ni preocuparse por el tiempo que podrían columpiarse en aquellos parques. Siendo sincero, sentí deseos de volver a ser un corazón joven y encajar sin proponérmelo, pero siendo justo conmigo mismo, suspiré hondamente y seguí observando…

Pude ver corazones turistas que sabían que aquella no era su comarca y que fotografiaban todo aquello que les llamaba la atención antes de abandonarla de nuevo. Me reproché a mi mismo no haberlo hecho cuando tuve la oportunidad y seguí girando la cabeza…
También había corazones extranjeros que después de nacer en tierras lejanas a las de la felicidad, emigraron hasta ella y encontraron un corazón con el que compartir residencia y crear una familia. Porque en aquél mundo de sentimientos y emociones, nadie juzgaba ni sentenciaba a nadie por su etnia, color o procedencia, y ninguna frontera emocional era perpetua para ningún corazón.

Finalmente alcancé a ver algunos corazones, que se asomaban a los acantilados donde rompían las olas de aquél bravo mar de hipocresía, dudosos de saltar a él, manteniendo el engaño a ellos mismos, prefiriendo sonreír por fuera y llorar por dentro, temerosos por dejar en aquellas tierras algunos de sus familiares y amigos.
Unos minutos más tarde me acerqué hasta una caseta costera y compré mi billete. Lo pedí únicamente de ida, porque sabía que no volvería de allí a menos que alguien se tomase la molestia de venir a buscarme.
El precio a pagar era el más caro que puede abonar un corazón que busca su tristeza. Debía vagar durante unos días por aquel mar de hipocresía e intentar no naufragar en él. En el fondo de sus aguas observé corazones ahogados por culpa de sus numerosos viajes a uno y otro lado, o hundidos en la desesperación de no lograr alcanzar la tierra feliz, ya que, curiosamente la corriente de aquel mar siempre empujaba hacia la tristeza.
Y ahí estaba yo, navegando emocionalmente contracorriente, viendo como los demás corazones se cruzaban conmigo y me señalaban por haber decidido visitar unas montañas alejadas de las aspiraciones mayoritarias.

Tres noches más tarde llegué de nuevo a tierra firme. El faro iluminaba las turbias aguas que me habían mecido hasta aquella playa. Y allí estaba ella, la inspiración suprema, esperándome con los brazos abiertos. No pude evitar abalanzarme sobre ella, abrazándola con todas mis fuerzas, prometiendo, entre sollozos, no abandonarla jamás.

Fue entonces, justo cuando más fuerte la estrechaba y más unidos estábamos, cuando, sin decir adiós, se esfumó entre mis brazos y desapareció entre la bruma que difuminaba la luna llena.

Caí de rodillas, empapándome de hipocresía y granitos de arena, y entre lloros, eché la vista atrás y me di cuenta de que aquello que todos los huéspedes del refugio sentían que les perseguía, sólo me perseguía a mí. Era aquella enorme inconformidad que me esperaba detrás de cada esquina, la misma que me había instigado a no conformarme con un hogar y un plato en la mesa y que no me dejaba detener mi avance hacia nuevos horizontes.

Tal vez sea hora de cruzar de nuevo éste mar, pero en el lado que me encuentro no venden ticket alguno…

Tendré que aprender a nadar…

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Silencio a Gritos

Puestos a ser sinceros, debo confesarte a estas alturas que cuando te daba un consejo, en realidad, me estaba aconsejando a mí mismo. De la misma forma, cuando te buscaba, estaba buscándome a mí, y siempre que te encontraba sentía la felicidad de reencontrarme de nuevo.

Muchas de las cosas que te dije, me las quería decir a mí mismo desde hace tiempo, supongo que ya sabrás cuáles... Y todas las veces que te grité en silencio, le grité a mi alma, hasta que la ensordecí.
Sólo me estaba concediendo otra oportunidad a través de ése espejo que fueron tus retinas. Necesitaba esa oportunidad, así que las veces que agradecí que me la brindaras, se lo agradecí a tu bondad, jamás a la mía, y siempre que tuve un gesto con vos, estuvo lleno de sinceridad y profundo agradecimiento.

Fue ése silencio a gritos el que me hizo ver que no hay nada de negativo en buscar en el otro lado del espejo lo que no encuentras en éste, asimismo, cualquier día se funden los dos mundos, pierdo el reflejo y vuelvo a ser yo mismo.

martes, 22 de septiembre de 2009

Renazco cada día

Cada día, despego mis párpados por primera vez y lloro, con o sin lágrimas.
La luz me deslumbra, y me levanto de la cama abandonando mi posición fetal.
Cada mañana gateo hasta que aprendo a caminar, me dirijo a la ducha y a la nevera, a lavar mis manos, mi cara y mi espíritu, a masticar los alimentos y los problemas.

Cada día tengo que aprender a sonreír. Renazco inocente, así que durante el día debo aprender a tratar a la gente como alguien que perdió su inocencia, tengo que esforzarme en perder mi imaginación y mi ilusión por cada nuevo descubrimiento, intento disimular mis sueños imposibles, mis pataletas infantiles y mi amor unidireccional.

Tal vez por ello sufro tanto. No pretendo que me entiendan, pero me sentiría mejor si supiese quién renace de la misma forma que yo, o por lo menos, supiese de dónde renazco... Me resulta demasiado paradójico el hecho de nacer sólo y ser consciente de ello.

Posiblemente preferiría no saber que mañana renaceré de nuevo, porque renacer cada día, implica morir cada noche, y así estoy, escribiéndote éste epitafio mientras muero una noche más, esperando que algún día quieras renacer a mi lado.

Mañana será otro día.

Mañana será otra vida.

David Rebollo Genestar

Esa extraña habilidad

Tengo esa extraña habilidad…

Esa extraña habilidad de no encontrar mi indiferencia cuando más la necesito,
Esa extraña habilidad de estar orgulloso de haber cambiado y a la vez sufrir por ello,
Esa extraña habilidad de decir en una mirada aquello que siempre quise callarme…

¿Conocen ésta habilidad?

La de acostarme con un pensamiento, soñar abrazado a él, y levantarme aún a su lado.
La habilidad de quedarme minutos mirando la pantalla sin saber qué responder,
O de borrar aquel texto que te escribí y que tantas ganas tenía de que leyeses.

Supongo que les resultará difícil entenderlo…

Es el hecho de empaparme en la nostalgia aún con ganas de olvidar,
De seguir soñando con ese futuro, porque el que se me viene encima estorba,
De desear probar mis lágrimas para que otros prueben sus sonrisas.
Todo es mucho más sencillo,

Como el decir que me rindo, sabiendo que no soy capaz de rendirme, aunque a veces lo preferiría… Es la habilidad de reír por no llorar, o de llorar por no reír, o de conseguir que ese río de lágrimas desemboque en ese mar de sonrisas…

David Rebollo Genestar