miércoles, 2 de diciembre de 2009

Desde algún banco de la plaza

Desde algún banco de la plaza

A la luz de la luna, en el regazo de un viejo árbol, oliendo la textura de los besos de la flora, trayendo néctar a mi espíritu y a mis ganas de volar.

Si hace unos años me hubiesen pronosticado esta situación me hubiese llevado las manos a la cabeza y lo hubiera acompañado de una sonrisa irónica.

No sé cuando exactamente, pero está claro que en algún momento la cosa cambió. Recuerdo que de pequeño todo me parecía enorme. Perdí la magia de mi mundo cuando superé el metro cincuenta y la perspectiva de mis retinas se alejó de los ombligos de mis padres. Empecé a fijarme en las caras de la gente y en sus arrugas de preocupación, obligaciones y sueños rotos.

Con el tiempo siento el consuelo de haber mantenido mi inocencia intacta durante mucho más tiempo que el resto de la gente que me rodeó. Posiblemente ya sabía que la estaba perdiendo pero eso no me impidió alargar la dulce agonía.
No maduré cuando descubrí el engaño de las navidades ni del ratoncito Pérez, ni cuando supe que aquel chancho de plástico con el que jugaba iba a ser convertido en jamón de plástico para alimentar bocas pudientes, ni tan siquiera cuando se murió mi abuela y vi a mi padre llorar sin consuelo. Fue un proceso alejado de este tipo de engaños. Fue el trato con la gente y el intercambio de visiones. Las prisas de los niños por dejar de serlo, ignorando que ser niño es inmejorable.

Recuerdo que siempre tuve ansiedad por empezar nuevos retos. Ahora veo los retos como esfuerzos inútiles y desmedidos en busca de una recompensa imaginaria e insuficiente para el hambriento e insaciable ego humano.
Llegué a tal punto de vacío existencial que no me quedó más opción que plantearme la manera de avanzar en éste juego. Y gracias a ello me pregunté para qué me levantaba cada mañana. Creo que hasta ese día nunca me había planteado el por qué lo hacía y mucho menos la razón del hastío que perfumaba mis crepúsculos. No tardé en encontrar la respuesta. Lo único que he pretendido durante estos años ha sido obtener felicidad y compartirla. Así que intenté recordar la última vez que había gozado de la sensación de equilibrio pleno, y justo hacia allí me dirijo.

Es un orgullo poder decir que con sólo dieciocho otoños en mis párpados estoy rejuveneciendo. En un mundo tan superficial, tan protocolario, lleno de falsos gestos, intereses, compasiones y engaños, me estoy alejando a una velocidad vertiginosa de vuestra visión de la vida. Y aunque sea la primera vez que lo escribo no es la primera vez que lo hago.
No sería extraño que me marchase sin decir adiós.
La gente llega a las vidas ajenas sin avisar. ¿Por qué iba a tener que hacerlo cuando ni tan siquiera la abandona?
Creo en el amor supremo entre las personas de buen corazón y buenos sentimientos, y en la inexistencia de fronteras o distancias espirituales. Así, cuando deje de estar físicamente al lado de vuestros pies y vuestra sangre se alegrará mi alma, sabedora de que, entonces más que nunca, en aquel jardín de paz interior y equilibrio emocional, estará a vuestro lado.

Me sobra toda esa manera de planificar las cosas sin apenas darse cuenta. El día que aprendas a volar, vuela! vuela sin pedir permiso, y aléjate de aquel que te agarre el pie pidiéndote que te quedes, por más que lo haga con ira, súplica o lágrimas en los ojos.

Si no les importa yo voy tirando.
Espero reencontrarlos pronto en el recreo de mi juventud espiritual.

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