lunes, 14 de diciembre de 2009

En menos de mil palabras

Me gustaría contarles mi opinión sobre todo ese dilema ético-moral o existencial que últimamente veo que germina a mí alrededor. No sé si es porque me estoy fijando más en las pavadas ajenas o que el espíritu navideño está capitalizando el resto de espíritus, pero me rodeo de opiniones estúpidas y me siento con el elegido deber de aportar mi grano de estupidez.

Toda persona mínimamente terrestre estará de acuerdo conmigo en la inteligente elección del placer. Sin embargo, parece que nadie se dio cuenta, o no quisieron dársela, de que las personas no nacemos para elegir el placer, al menos no en los departamentos realmente relevantes de la existencia, y lo más curioso es que la mayoría ven el dolor como algo inevitable cuando en el fondo lo están eligiendo. Sólo algunas mentes lúcidas pueden elegir el dolor y ser conscientes de ello porque, sinceramente, a nueve de cada diez cerebros les parecerá chistosa o imbécil la elección de algo tan terriblemente mediatizado como es el dolor.

Me basta con dos ejemplos. Yo los llamo el del “amor” y el del “verdadero amor”.

El primero es el amor que parece mover el mundo. A cualquier joven con una educación cauta le adoctrinaron en la elección del dolor, implícita o explícitamente. Cuando te dijeron que tu deber es ganarte la vida, la vida ya te ganó. El dolor de cambiar horas por papeles es un dolor elegido, y casi nadie se interesó por saberlo. El miedo al cambio, a la dependencia, al futuro incierto y esos versos… El amor al dinero es un amor doloroso, tal vez es el que duele más, pero no el que duele mejor…

La segunda elección del dolor, y en mi opinión la más inteligente, reside en el verdadero amor. Los pretextos, las dudas, los silencios, los celos o la posesividad… son elecciones paradójicamente casi obligatorias. Si no hay dudas no hay verdadero amor, sin silencios no hay conversas interesantes, sin celos o posesividad no hay afecto y sin pretextos no hay relaciones. Aún así el dolor es el camino del placer, y aunque la perfección llegue a las costas de una relación, de la misma forma lo hará la muerte, y con ella el vacío, la soledad, la dependencia, la esclavitud, los minutos lentos, los segundos más lentos todavía… Y a pesar de todo, el ser humano que hace honor a su nombre elige siempre el dolor. Igual con cualquier relación afectiva, y ahí está la magia de todo esto: reservar una parte de la personalidad, disimular la elección del dolor, desconocerse hasta la saciedad y volver a crearse uno mismo de tantas maneras y sucesiones como se quiera. Desde que me preocupó conocerme, pensé muchísimas veces en cambiarme, en volverme otro y no darme ni cuenta, en crearme y recrearme y seguir jugando y eligiendo.

Yo sé que no puedo dar lecciones, pero es porque no me dejaron elegir demasiado. Me salieron mal las cosas por mala suerte, no por haberme cegado ante la codicia epicúrea del placer y el hedonismo. Todo el verso rápido del disfrute fácil, de la vida corta y de la pena larga... estoy de acuerdo con buscar el placer, pero sé perfectamente que el verdadero placer está detrás de una cortina de dolor.

Te equivocaste unas diez mil veces en tu vida y te vas a equivocar otras tantas. El problema no está en la mala elección, sino en la cobardía de la conformidad. El mundo que ves desde tu ventana está lleno de cobardes, gente que anda mirando al suelo, que vive mirando al suelo. Este lugar está lleno de desatalentados que intentan disimularlo y sólo viven para ello. Yo no soy un luchador, es más, si la cosa se pone fea me voy sin hacer mucho ruido, soy un tipo discreto, no anuncio mis revoluciones y sospecho que no me gusta que me sepan, pero yo sí estoy cambiando el mundo, en menos de mil palabras.

Si me pongo a pensar, creo que escribirlo también es elegir el dolor, pero es extraño porque a la vez es compartirlo, tal y como es, con su fuego latente y su objetivo disfrazado. Llevo bastante tiempo publicando casi todo lo que escribo, debe ser vanidad o altruismo desmesurado, miedo a la opinión individual o pánico a entrar en la masa. Pero da igual, las palabras se quedan ahí, con su atemporalidad y su razón de ser. Éste es mi mundo y mi mundo es de todos, no hay fronteras innecesarias. Vivo buscando sensaciones nuevas o intentando recuperar las antiguas pero el ambiente está tremendamente contaminado por las obligaciones del sistema. Al final no nos queda nada, cuatro monedas, dos fotos y un recuerdo. Pero es necesario sentirse vivo, en el amor al dinero o el amor a una muchacha que vive al otro lado del océano. Igual que las palabras no hacen el amor o el silencio no hace la ausencia, la distancia no puede hacer el olvido, y el único olvido perdonable es el de olvidar que esto no va a ser para siempre.

Elijan el dolor. El dolor de la lucidez y el conocimiento. Y si no lo soportan, al menos saben que lo intentaron, y que todo va seguir igual. Igual de diferente.

Abrazos.

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